Por la Dra. Gladys Adamson
El futbol: esa extraña mezcla
entre la guerra y la fiesta
Enrique Pichon Rivière
El Campeonato Mundial de Futbol con la Selección a la cabeza es el único desafío a nivel nacional que tiene un apoyo masivo indiscutible.
Inclusive las campañas más acérrimas opositoras al Gobierno actual en su voluntad de transmitir un clima de fracaso, son arrasadas por un movimiento de festejo colectivo que tiende a solidarizar los vínculos frente a cada triunfo.
Ningún festejo logra esta amalgama de vínculos. El del bicentenario del Primer Gobierno Patrio, el 25 de mayo de 2010 que tuvo una convocatoria de 6 millones de habitantes solo en Ciudad de Buenos Aires totalmente pacifica la solidaridad no fue completa. Aun en ese “cumpleaños de la patria” como se lo definió suscito polémicas y aun indiferencias.
Los ataques de los fondos buitres que podrían fácilmente transforman en causa nacional y sin embargo no acallan las diferencias de intereses y son solo preocupación de grupos políticos con programas antagónicos y no contagia a una mayoría como lo hace el futbol
Aun la guerra de Malvinas que definía muy claramente un enemigo de la Patria, Inglaterra, generó polémica interna entre la población por el hecho de ser declarada por una dictadura producto de un golpe de estado.
Tengo la convicción que este Mundial de futbol de 2014 llama la atención la adhesión solidaria de casi el 100% de la población siendo el festejo colectivo absolutamente masivo. No sucede lo mismo si se tratara de un Mundial de basquetbol o de tenis.
Esta identificación con el deporte futbol se comprende por una cotidianidad compartida por la mayoría de los hombres. En todas las familias hay adherentes casi fanáticos de este deporte y lo han practicado de niños. Es un deporte muy fácil de acceder. Diego Maradona relata que armaban una pelota con “cinco medias” y jugaban. Los niños campesinos juegan con una vejiga de vaca inflada. Se arma una pelota y dos extremos de arco con residuos cotidianos y se accede a este deporte. Yo tengo dos hermanos que en tanto en Formosa como en Entre Ríos lo jugaban y tal era su pasión y compromiso que a menudo terminaban “a los naranjazos” y mi padre tuvo, algunas veces, que ir a buscarlos a la comisaria.
Expresión del odio
Desde una vertiente totalmente opuesta también llama la atención el odio visceral que el futbol despierta. Odio capaz de inventar canticos humillantes como el que cantaban las hinchadas argentinas en el propio país anfitrión del Mundial y que fue inventado para esta ocasión: Brasil decime que se siente /tener en casa a tu papa [1]
Odio capaz de celebrar, con una columna vertebral de utilería reboleada en manifestaciones, la fractura de columna que sufriera Neymar el mejor jugador brasilero de su Selección o que los hinchas brasileros masivamente apoyaran a equipos europeos, rivales de la Argentina llegando a usar sus camisetas vitoreándolos en la cancha con sus canticos y ovaciones.
Sabemos que las olimpiadas griegas significaban una tregua a la guerra y al mismo tiempo la representaban simbólicamente.
Me pregunté durante todo el mundial como entender estas dos caras que emergían en relación al fútbol. Por un lado el mayor festejo colectivo que representa el Capital Social que posee la Argentina, esa capacidad de una sociedad solidarizada en una fiesta colectiva en pos de un objetivo de victoria y por otro lado el odio visceral como si el vecino uruguayo o brasilero fuera el enemigo que hay que, no solo vencer, sino humillar y derrotar para siempre, simbólicamente por supuesto.
La clave creo encontrarla en la definición del futbol de quien fuera mi maestro el Dr. Enrique Pichon Rivière quien dice que es esa extraña mezcla entre la guerra y la fiesta. Lo más manifiesto es la fiesta esa alegría de pertenecer a una colectividad solidarizada y que puede asumir objetivos comunes. Aun la expresión del odio se mezcla con la alegría ya que adquiere la forma de “cargada” donde el goce de vencer al rival despierta carcajadas, aunque sus efectos no dejan de ser humillantes. Sorprende el contenido latente que se expresa en esas bromas crueles que niegan el hecho de pertenecer a un mismo continente y que por lógica la vecindad debería unirnos frente a los extranjeros de otros continentes en defensa de nuestros intereses y objetivos comunes. Sin embargo esto no se da. Lo más implícito en el festejo colectivo es la expresión de odio y la alegría porque hemos vencido a un “enemigo” en esta guerra (simbólica, afortunadamente) victoria de la cual esperamos que no se recupere nunca.
Soy consciente que son infinitas las significaciones que podríamos encontrar en un Campeonato como el que acabamos de vivir: dimensiones políticas, económicas, culturales, Institucionales, grupales, individuales etc. pero me interesó en este caso resaltar esta dualidad fiesta-guerra y su ambivalencia extrema tan poéticamente expresada y que reproducimos en el inicio de este artículo.
E. Pichon Riviere agrega en sus artículos[2] una reflexión filosófica a su comprensión del futbol y que tiene que ver con la pelota en si misma. Él analiza la fascinación que produce esa esfera que a veces es dócil y maleable y por momentos de eleva o se dispara casi con voluntad propia. Para mi maestro la fascinación por la pelota se debe a que esa esfera que se eleva por los aires es el símbolo del infinito. Infinito que aspiramos atrapar y que se presenta tan esquivo y misterioso siendo capaz de dejarnos como subcampeones frente a, también, una esquiva Copa del Mundo.
[1] Brasil, decime qué se siente/ tener en casa a tu papá/ Te juro que aunque pasen los años/ nunca nos vamos a olvidar…/ Que el Diego te gambeteó,/ que Cani te vacunó,/ que estás llorando desde Italia hasta hoy./ A Messi lo vas a ver,/ la Copa nos va a traer,/ Maradona es más grande que Pelé…Titulo: Brasil decime qué se siente/ Genero: Cumbia Argentina/ Autor: Ignacio Harraca / Intérpretes: La Oveja Negra y los García
[2] E. Pichon Riviere, E.: Psicologia de la vida cotidiana, Buenos Aires, Nueva Visión, 1998.