Dra. Gladys Adamson
Las cifras de femicidio muestran la cara más trágica del patriarcado. Desde la Psicología Socia nos sentimos compelidos, desafiados a dar cuenta de ello a partir de la perspectiva de Enrique Pichon Riviere.
El femicidio sólo puede ser tomado como síntoma extremo de una cultura patriarcal. Somos conscientes que esta Cultura Patriarcal se sostiene a partir de un complejo entramado lingüístico, político, económico, jurídico religioso, etc. Pero ¿Cómo comprenderla desde las condiciones de producción de subjetividades donde la mujer queda en una posición de puro objeto esclavo y el hombre en una posición de amo, dueño de la vida y la muerte de quien dice amar?
¿Cómo se constituyeron estas subjetividades?
Desde E. Pichon Rivière no hay lugares especiales donde se conforman. Estas subjetividades se van produciendo en la más absoluta cotidianidad de los vínculos y las prácticas sociales habituales, diarias, constantes.
En la familia, debido al posicionamiento vincular en la trama de interrelaciones, el rol, la función de la mujer queda subordinado en relación a la del hombre. Aparece naturalizado que la mujer sea la que postergue sus intereses egoístas en función del cuidado de otros (marido, hijos, casa, familia, mascotas de los hijos etc.), sea la que más trabaja. Se naturaliza que no necesite descansar: cuando vuelve de su jornada laboral debe asumir las labores de ama de casa, madre, esposa, etc. Actualmente hay una publicidad donde las mujeres, en su rol de madre no pueden tomarse el día, le aconsejan automedicarse y seguir.
En el lenguaje el género femenino está subordinado o subsumido frente al masculino. La palabra hombre se supone neutra. Cuando lo masculino y lo femenino se transforma en plural es siempre masculino. Escuchamos como natural, señores televidentes, señores pasajeros, usuarios de Internet. Incluso en la Psicología Social hablamos de miembros de un grupo, no decimos miembras ni integrantas. Cuando una mujer fue elegida por voto democrático para dirigir y gobernar a nuestro país hubo un debate, incluso entre intelectuales prestigiosos si debía denominársele Presidente o Presidenta.
En las conversaciones familiares si un niño habla de futbol se lo escucha, se lo carga, pero es tenido en cuanta. La niña si dice algo que sabe, en general la respuesta que recibe es el silencio.
En la más absoluta cotidianidad y muy tempranamente la niña percibe el interjuego de roles en la familia, el papel que juega cada uno en la trama vincular que se despliega, las jerarquías, quien impone su visión del mundo, la calidad de las relaciones de género, etc.
Parece una caricatura pero para un varón machista la mujer es menos inteligente, no es capaz de pensamientos abstractos, menos aun científicos, no es perspicaz, es ingenua, no es ingeniosa y si es sagaz es picara y tramposa.
El lenguaje reproduce la realidad. Heidegger señala que el lenguaje (el habla) no es algo accesorio al ser, no es un instrumento sino que es un existenciario, constitutivo. El ser humano es un ser de lenguaje. El habla está relacionada con el “encontrarse con” y el comprender. Ello se logra porque el lenguaje articula y promueve una comprensión, una interpretación, un sentido, una significación del mundo y las relaciones entre las cosas del mundo. Hablar es articular significativamente la comprensibilidad del “ser en el mundo”, al que es inherente el “ser con” y que se mantiene en cada caso en un modo determinado del “ser uno con otro”. Éste, el “ser uno con otro” es hablante; da su palabra y retira la palabra dada, requiere, amonesta, sostiene una conversación, se pone al habla, habla a favor, hace declaraciones, habla en público (…) El habla (…) contribuye a constituir el estado ( … ) del ser en el mundo [1].
Los intercambios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos.
Pichon Rivière cuando define la comunicación humana la define como un acto comunicativo: no sólo circula información, sentido, sino que, en él, se transmite una visión del mundo, una manera de percibirlo, de jerarquizar sus múltiples dimensiones y categorías; se transmite un afecto o un tipo de sensibilidad, aquello a lo que hay que atender o ser indiferente. El acto comunicativo es una escena, una propuesta de roles donde el emisor asume uno y adjudica el rol complementario al otro (puede ser alguien al que se sitúe como par, subordinado, cómplice, enemigo, etc.). Al hablar se hace algo con (o contra) el otro, hay una dimensión de acción en ella.
En la comunicación se introduce todo lo que constituye la experiencia singular y colectiva de los interlocutores. E. Pichon Riviere señala que todo ser hablante es emisario de una larga y compleja historia de experiencias vinculares y de sus respetivos posicionamientos de roles sociales. Hablar es transmitir un modo de pensar al mundo pero también el lugar en que nos posicionamos, como nos auto percibimos en él.
¿Cómo comenzar a cambiar esta cultura patriarcal?
Todas las instancias económicas, jurídicas, políticas, etc. son importantísimas pero no menos importante es la que transcurre en la aparente obviedad de la vida cotidiana. Lo habitual tiende a naturalizarse, a volverse universal como si fuera eterno y propio de la vida, de lo obvio.
Las mujeres, que tenemos un rol fundamental en la socialización de los niños debemos estar muy alertas frente a palabras, actitudes, mandatos que inconscientemente reproducimos y con ello potenciamos la cultura patriarcal o la reactualizamos. Reconocer estas palabras, enojos, mandatos o naturalizaciones nos hace conscientes y colabora a que no sean naturales ni obvias. Es una manera de empezar a cambiar desde lo micro social del vínculo familiar pero con el horizonte de un cambio macro, en lo cultural.