Sus ficciones ubican a las máquinas deseantes como megacomputadoras que tienen vida propia, deseos y proyectos autónomos. Desde esta visión futurista en los seres humanos avanza cada vez lo maquinal y las máquinas se transforman en deseantes, la técnica está implantada en el cuerpo, los celulares serán los próximos transformadores instalados en el psiquismo, cuyo paso siguiente consistirá en la mutación del cerebro humano con el comercio de los pensamientos, que perderán su opacidad hacia adentro y afuera, se podrán tanto leer como inyectar. En ese caso el ser humano sería una megacomputadora, una verdadera máquina deseante al estilo deleuziano que, alejada del circuito sexual, arribaría a un sujeto múltiple virtual clonado, despojado de afectos y erotismo. La distancia entre los humanos y los objetos tecnológicos comienza a diluirse. Surgen entonces algunas inquietantes preguntas: ¿Cuál será el destino del sujeto múltiple virtual? ¿Ante el avance de los objetos, qué prácticas de libertad conservará el ser humano? ¿Nos convertiremos en esclavos de la tecnociencia? ¿O bien arribaremos a un mundo donde la virtualidad podrá aportar significativas mejoras en la condición humana?