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El Súper clásico que perdimos todos

*Por Aldana Neme aldananeme1@gmail.com El fin de semana, transcurrió en una atmósfera bélica para los argentinos. Nuevamente las violencias irrumpieron, apagando la música de una fiesta que para la mayoría, ya había comenzado.

¿Las violencias? Si, propongo hablar de violencias múltiples que estaban latentes y encontraron en el súper clásico, un estímulo desencadenante para emerger. Un efecto movilizador de otras fichas del dominó social, que se expresó en los cuerpos y discursos, en las calles y en la cancha.

Desde una lectura psicosocial, podemos señalar que esto constituye un emergente al cuál es necesario, arrojarle luz. Es evidente que el entramado de la violencia está sustentado en un anudamiento poli causal: hubo responsabilidades institucionales que fueron eludidas, asumidas ineficazmente y otras ejercidas desde un posicionamiento que (paradojalmente) reprodujo más violencia. Particularmente, violencia simbólica. Esto último pudo apreciarse en la coacción a los equipos para que el partido se juegue en un escenario de desventajas físicas, emocionales y deportivas.

No obstante, reservo esta lectura para los analistas deportivos, proponiendo ajustar el zoom de nuestras cámaras psicosociales para hacer foco y no correr del centro del cuadro, del primer plano, aquello que sí podemos analizar desde nuestra formación profesional: las estructuras sociales que configuran el fenómeno de las violencias expresadas en la previa del partido: River/Boca.

Propongo analizarlas en clave vincular, desde las interacciones dialécticas que se producen y recorren todos los niveles interaccionales, esferas que el Dr. Enrique Pichon Rivière conceptualizó como ámbitos. No podemos desconocer que la crisis política, económica y laboral reinate, genera inestabilidad y pérdida de los roles sociales desempeñados, lo que acarrea nuevas crisis vinculares producto de la desestructuración identitaria. La incertidumbre, el temor y el contexto de “escasez”, tejen tramas sustentadas fundamentalmente en vínculos
competitivos y de frustración que “estallan” luego, en escenarios diversos. Estallan, sí. Estallan en un ámbito aunque se construyen colectivamente en múltiples.

La principal hipótesis psicosocial que plantearé es que la violencia no es en el fútbol. Es violencia social que está latente y se deposita en este campo. Lo sucedido el fin de semana, ha sido un emergente que interpreto como el síntoma social. El súper clásico ha sido un desencadenante.

Esto aporta una evidencia clara, ineludible, certera: la estructura social está ajada. Por un lado, hay instituciones que debieran amparar, aunque al mismo tiempo producen, encubren y contemplan la violencia, administrando el espectáculo futbolístico como una industria que debiera redituar económicamente a cualquier precio, aunque esto implique minimizar o relativizar la escalada de violencia.

Por otro, ciertamente hay un estadío de madurez social que como país, aun no logramos alcanzar. Es necesario reconocerlo: aun no están dadas las condiciones sociales y vinculares para que pueda desarrollarse un súper clásico de esta magnitud.

¿El operativo de seguridad? ¿La Conmebol? ¿Y la responsabilidad política? Como mencionaba líneas más arriba, forman parte del anudamiento para comprender el entramado de la violencia, aunque los analistas deportivos avezados, realizarán reflexiones respecto de ello. Para este artículo, elijo “tirar” del hilo que sí forma parte de mi órbita profesional: el hilo vincular, el hilo que trama el lazo social.

El diagnóstico es claro: el tejido social tiene que reforzarse porque está deshilachado, se “abrieron los puntos”, del de la red que debiera contener y sostener un partido como espectáculo. O quizás no hemos logrado como sociedad, tejerlos.

Asimismo, mi segunda hipótesis es que la fallida segunda fase del River/Boca, portavocea otras grietas no elaboradas como país en nuestra biografía vincular. Y elijo intencionalmente utilizar la palabra grieta por el significante que tiene para los argentinos:

Grietas que cada vez forman más abismos, que se re-actualizan y re-editan en escenarios propicios para ello. Por ejemplo, las inmediaciones de un estadio en la previa de un súper clásico. No es una grieta futbolística. Son todas las grietas previas (políticas, ideológicas y éticas) que esto representa. Tal vez el patrón común entre todas ellas es que el otro aparece como un rival a vencer. La violencia configura aquí, una tensión entre disidencias que aun no aprendimos a resolver.

Ahora bien, más allá del análisis desde el vector de poder (o poderes) y de los intereses económicos: ¿Que lectura psicosocial puede realizarse a las violencias expresadas en la previa del partido, que culminaron con la postergación del mismo? ¿Violentar para posponer?

Propongo interpretar esta configuración desde el concepto de “pre tarea”, producto de ansiedades elevadas que impidieron abordar la tarea explícita (jugar el partido) y concluir el proyecto final (ganar la Copa Libertadores).

Si reparásemos en la etimología de la palabra Proyecto, “Pro” significa ir y “Yecto”, muerte. Es decir que concretar un proyecto, conecta con la vivencia de muerte. Entonces: ¿Qué se pospone o se quiere sostener con la postergación del partido? ¿Se quiere aplazar la frustración para los hinchas de al menos uno de los dos equipos? ¿O se quiere conservar por un tiempo más la “ilusión” de ganar?

Es necesario preguntarse por la constelación de expectativas sociales que se depositan en un partido futbolístico, porque en parte, constituyen los elementos necesarios para comprender las estructuras latentes que producen las violencias emergentes.

Para cerrar, una reflexión final:

El partido lo perdiste vos que sos de River o de Boca.
Lo perdió aquel a quién no le interesa el fútbol.
Lo perdí yo que soy de Independiente.

Como país, nos goleamos en contra.
El partido, lo perdimos todos.

*Licenciada en Psicología Social y Especialista en Educación

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